domingo, 11 de septiembre de 2016

La pamela de Doña Elvirita


Pues señor esto era una vez una señora (o señorita, que no lo sé muy bien) que se paseaba por el parque.

El parque estaba enfrente de la casa de una niña que se llamaba Dorita.

Dorita siempre iba a jugar a ese parque. Pilar, la portera de su casa, la miraba de vez en cuando desde el portal por si necesitaba algo.

Allí había columpios, balancines, toboganes, arena para hacer castillos y, sobre todo, niños como ella con los que jugar.

Dorita no tenía hermanos. Y no sería porque no se lo dijera a su papá y a su mamá. Todos los días, por la mañana, le decía a mamá mientras esta le hacía las trenzas: “mamá, mamá ¿por qué yo no tengo hermanos?” “¡mamiiiii (y pronunciaba muy fuerte la i) anda, ¿por qué no?!”.

Mamá le contestaba siempre lo mismo…. “porque no”. Y eso, la verdad, no era una contestación. Por lo menos es lo que siempre le habían dicho a Dorita. Pero debía ser que los mayores pueden eso… decir porque no, o porque sí… ¡qué morro!.

El caso es que, aquel día, Dorita cuando bajó al parque vio como una pamela grandísima pasaba por delante del parque… pasaba una y otra vez… hacia la izquierda, hacia la derecha….

Una pamela es un sombrero que tiene un ala muy muy grande. Pues bien, esta era, como te digo, gigante. Tan enorme era que no se sabía quien iba debajo.

Así que Dorita se quedó mirando fijamente y decidió ir a ver quien llevaba eso tan grande.

Se acercó sigilosamente (que quiere decir despacito y sin hacer ruido) y se agachó y miró: era una cara regordeta y colorada con una sonrisa de lado a lado… “¡hola!”, dijo la gran cara…. Y Dorita que era una niña muy, pero muy educada, le contestó: “hola señora, perdone, yo soy Dorita y vivo ahí enfrente y Usted?

“Y yo soy Doña Elvirita, tú me dirás”, dijo alguien debajo de la pamela….

”Buenos días… he visto su pamela, tan grande, y me he dicho: pues voy a ver como es por dentro”.

“Pasa, pasa que te lo enseño”.

Dorita dio un saltito cortito… ¡zas! y entró. Y lo que vio probablemente no se le podría olvidar mientras viviera.

Debajo de aquella pamela había una cara. Sólo una cara, con unas patitas pequeñitas, pequeñitas… que no podrías imaginar nunca que pudieran sujetar la redonda y gorda cara y ¡la pamela!, claro.

Pero allí dentro ¡había mucho más!.

En realidad era una casita con todo: cama, mesa, sillas… y hasta cocina!!. A Dorita le pareció tan bonita, tan bonita como la casita de muñecas de su prima Melita. ¡Bueno ésta mucho mejor, porque tenía alguien que vivía dentro… y en la de su prima no cabía ningún muñeco!.

Doña Elvirita, que había visto la cara de asombro de la niña, dijo que podía venir tantas veces como quisiera. Que allí estaría siempre esperándola.

Y eso pasó. Dorita ya nunca se sintió sola. Cada vez que quería jugar se iba corriendo al parque y cuando pasaba la gran pamela… ¡zas! se metía dentro y allí se quedaba un rato jugando a las casitas con Doña Elvirita.

Y colorín, colorado esta historia se ha acabado.

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