Pues
señor esto era una vez una señora (o señorita, que no lo sé muy bien) que se
paseaba por el parque.
El
parque estaba enfrente de la casa de una niña que se llamaba Dorita.
Dorita
siempre iba a jugar a ese parque. Pilar, la portera de su casa, la miraba de
vez en cuando desde el portal por si necesitaba algo.
Allí
había columpios, balancines, toboganes, arena para hacer castillos y, sobre
todo, niños como ella con los que jugar.
Dorita
no tenía hermanos. Y no sería porque no se lo dijera a su papá y a su mamá.
Todos los días, por la mañana, le decía a mamá mientras esta le hacía las
trenzas: “mamá, mamá ¿por qué yo no tengo hermanos?” “¡mamiiiii (y pronunciaba
muy fuerte la i) anda, ¿por qué no?!”.
Mamá
le contestaba siempre lo mismo…. “porque no”. Y eso, la verdad, no era una
contestación. Por lo menos es lo que siempre le habían dicho a Dorita. Pero
debía ser que los mayores pueden eso… decir porque no, o porque sí… ¡qué
morro!.
El
caso es que, aquel día, Dorita cuando bajó al parque vio como una pamela
grandísima pasaba por delante del parque… pasaba una y otra vez… hacia la
izquierda, hacia la derecha….
Una
pamela es un sombrero que tiene un ala muy muy grande. Pues bien, esta era,
como te digo, gigante. Tan enorme era que no se sabía quien iba debajo.
Así
que Dorita se quedó mirando fijamente y decidió ir a ver quien llevaba eso tan
grande.
Se
acercó sigilosamente (que quiere decir despacito y sin hacer ruido) y se agachó
y miró: era una cara regordeta y colorada con una sonrisa de lado a lado… “¡hola!”,
dijo la gran cara…. Y Dorita que era una niña muy, pero muy educada, le
contestó: “hola señora, perdone, yo soy Dorita y vivo ahí enfrente y Usted?
“Y
yo soy Doña Elvirita, tú me dirás”, dijo alguien debajo de la pamela….
”Buenos
días… he visto su pamela, tan grande, y me he dicho: pues voy a ver como es por
dentro”.
“Pasa,
pasa que te lo enseño”.
Dorita
dio un saltito cortito… ¡zas! y entró. Y lo que vio probablemente no se le
podría olvidar mientras viviera.
Debajo
de aquella pamela había una cara. Sólo una cara, con unas patitas pequeñitas,
pequeñitas… que no podrías imaginar nunca que pudieran sujetar la redonda y
gorda cara y ¡la pamela!, claro.
Pero
allí dentro ¡había mucho más!.
En
realidad era una casita con todo: cama, mesa, sillas… y hasta cocina!!. A
Dorita le pareció tan bonita, tan bonita como la casita de muñecas de su prima
Melita. ¡Bueno ésta mucho mejor, porque tenía alguien que vivía dentro… y en la
de su prima no cabía ningún muñeco!.
Doña
Elvirita, que había visto la cara de asombro de la niña, dijo que podía venir
tantas veces como quisiera. Que allí estaría siempre esperándola.
Y
eso pasó. Dorita ya nunca se sintió sola. Cada vez que quería jugar se iba
corriendo al parque y cuando pasaba la gran pamela… ¡zas! se metía dentro y
allí se quedaba un rato jugando a las casitas con Doña Elvirita.
Y
colorín, colorado esta historia se ha acabado.
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