Pues
señor esto era una vez una feria de esas que tienen muchos cacharritos para que
los niños suban: caballitos, cochecitos de chocarse, motos y hasta una foca con
una pelota en la boca.
El
caso es que, aquel día, Pedrolas y Ochi iban con su abuelo de paseo cuando,
allí al fondo, al final de la cuesta, vieron un tiovivo que daba vueltas y más
vueltas, tantas vueltas daba y tan deprisa que, a veces, era como si
desaparecieran.
Los
niños sabían que, cuando se portaban bien, su abuelo les llevaba al tiovivo y
se podían montar en un caballo, o en una moto o, mejor, en un cubo y daban
vueltas y vueltas… eso era lo más divertido.
Cuando
llegaron su abuelo dijo al señor de la feria: “deme dos viajes para los niños”…
“¡abuelo, abuelo, mira!” casi gritó Pedrolas señalando un cartel que decía:
“por cada tres viajes, un cuarto viaje mágico”.
La
verdad es que los niños se habían portado muy bien, así que el abuelo decidió
comprar tres viajes para cada uno y así les regalarían el cuarto viaje, el
mágico.
En
el primer viaje, Ochi y Pedrolas decidieron montarse en los caballos que tenían
arriba una enorme pelota. Cada vez que la tocaban daba vueltas y más vueltas.
Para
el segundo los niños se fueron corriendo a montarse en las motos de carreras. ¡Qué
divertido!, hacían como que corrían y gritaban: “ruun ruun ruun”.
En
el tercero se subieron al cubo con asientos. Cada vez que pasaban al lado del
abuelo este hacía que diera vueltas y más vueltas… ¡qué risa les daba a los
niños!. “¡Abu tírame la gorra!”, gritaba Pedrolas, y el abuelo les lanzaba su
gorra que los niños cogían encantados del juego.
Y
así una y otra vez hasta que paró el tercer viaje.
Y
entonces el señor Chente (que así se llamaba el dueño del tiovivo) anunció:
¡comienza el viaje mágico, los que tenga el billete que se queden, los que no
que se bajen!.
Pedrolas
y Ochi enseñaron muy orgullosos su billete, nerviosos casi por ver de qué se
trataba el viaje. Como les daba un poco de susto se sentaron los dos juntitos
en un coche.
Y
entonces empezó a sonar una música como de campanillas y todo se envolvió como
en humo o no sé. El caso es que los papás y los abuelos no podían decir eso de
“adiós, adiós” porque no se veía nada y no se sabía cuándo pasaban los niños.
Cuando
terminó el viaje, los niños bajaron todos felices ¡habían visto a Alicia, la
del País de las Maravillas y también al Mago de Oz y a Pulgarcito! ¡qué bonito
había sido!.
“Pero,
dijo el abuelo, contadme cuando les visteis”.
Y
Pedrolas dijo que “pues cuando los mayores no podíais verlo”.
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