Había
una vez en las montañas, allá a lo lejos, donde ya quedaban muy pocas aves de
las que se llaman águilas, una de estas aves que tenía los ojos torcidos para
abajo, lo que sin duda le daba aspecto así como de cansada o mejor de estar muy
triste; esto al menos es lo que pensó Gonzalo al verla, por eso y sin dudarlo
se acercó por ver si necesitaba algo.
“Hola
buenos días, ¿qué te pasa águila?, parece que estás triste, o al menos tus ojos
lo están” preguntó Gonzalo.
“Hola”
Contestó educadamente el águila “Gracias por preguntar! Pues sí, lo cierto es
que estoy triste”
“Y
¿qué es lo que te pasa? Si quieres me lo puedes contar” dijo Gonzalo
Entonces
el águila sin apenas contener el llanto comenzó a contar una historia con una
voz muy triste, y mientras la contaba comenzaron a acercarse las aves que por
allí cerca volaban y una a una fueron posándose cerquita y en círculo, y muy
calladitas oyeron la historia:
“Pues
me sucedió que hace casi ya cuatro días que se abrieron los cascarones de mis
tres hijitos, y aparecieron tres preciosos aguiluchos de color clarito con el
pico aún muy blandito. Yo estaba muy contenta y después de dejarlos en el nido
tranquilitos y limpitos, eché a volar para traerles algo que pudieran comer”
“¿Y
qué pasó entonces?” preguntó un jilguero.
“Pues
sucedió que cuando llegué el nido estaba vacío, y mis tres preciosos hijitos no
estaban”
Y
al decir esto el águila cada vez estaba más y más triste, y lo mismo sucedía
con todos los pájaros que la rodeaban, allí todos lloraban.
Y
entonces fue cuando Gonzalo dijo que había que dejar de lamentarse y que lo que
había que hacer era buscar a los tres hijitos del águila triste, y ordenó que
cada pájaro volara en una dirección: Norte, Sur, Este y Oeste, y así fue como
los periquitos fueron al Sur, las cotorras al Este, los jilgueros al Oeste y
las dos águilas que aparecieron se fueron al Norte.
Después
que se habían ido todos volando, Gonzalo cogió un poquito de papel celo y
sujetó así hacia arriba los ojos del águila triste, hasta conseguir que los
abriera un poco más y pudiera ver con claridad mientras le decía:
“Mira
ahora ¿a que ves más que antes?”
Y
el águila comenzó a ponerse contenta pues ya veía más clarito y avisó a todos
los pájaros que acababa de encontrar a sus hijitos, mientras los abrazaba.
Y
ya nunca más estuvo triste!!!
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