jueves, 17 de agosto de 2017

Aquellas llaves


Berta (bueno en realidad su nombre era Rigoberta… por empeño de su abuela… pues el abuelo se llamaba así, ¡Rigoberto!, y por no desairarla pues le pusieron el mismo nombre). Pues el caso que ese año cumplía 12 y decidió realizar una promesa que se había hecho hacía ya cinco años: ir a la zona de las rocas del puerto a bucear a ver si fuera posible encontrar aquellas llaves….

Así que aquel mismo día cogió un autobús y se fue al pueblo norteño donde pasaba su infancia. El viaje era largo… cerró los ojos y se durmió. Inevitablemente se encontró con el sueño que tantas veces le había perseguido desde hacía ya cinco años: aquellas llaves….

“¡Berta ven, corre, que ha venido la tía Margarita a felicitarte!”. Era el 8 de agosto, de cinco años atrás, el cumple de la “Rigo” como la llamaba su tía…. A ella le gustaba y le daba la risa… ¡claro solo si era ella, su tía, la que se lo llamaba!.

Pues el caso es que aquel día, lejano ya, la abuela Lucía le contó una historia preciosa sobre un cofre lleno de dibujos que había en el desván de su casa. “Mira, le dijo la abuela, este es mi regalo” y puso un manojo de llaves sobre la mano de Berta. “Pero tienes que prometer que no abrirás el cofre hasta que no cumplas 12 años. Entonces podrás hacerlo. Espero que lo que encuentres te haga feliz”.

Berta apretó con fuerza las llaves en su mano y le dio emocionada un beso a su abuela. Su abuela era así. Siempre sorprendía con sus regalos ¡tan distintos a todos los demás!. ¡Era una suerte tenerla!.

“¡Claro abuela, eso haré!” Y le dio un abrazo tan grande que ¡casi la aplasta!.

Pero pasó que Berta metió las llaves en el bolsillo de su pantalón. Después llegaron los primos y todos se fueron al puerto a bucear y saltar las olas…..

Cuando llegaron a casa Berta se acordó de sus llaves. Pero en el bolsillo del pantalón no estaban. Y lloró, lloró tanto que su abuela le preguntó por qué estaba disgustada, así que Berta le dijo que había perdido sus llaves.

Y, en fin, el sueño terminaba de esa manera. Y como muchas veces, se despertó casi llorando.

Pero aquel día iba a buscarlas. Sí estaba segura que las encontraría.

El autobús paró en el pueblo siguiente. Y ¿sabéis quien subió allí?. Pues sí: su tía Margarita. “¡Que te creías Rigo que te iba a dejar sola con lo emocionante que va a ser!!”.

Rieron sin parar durante un rato. Berta se apretó a su tía como para protegerse y pensó que era la niña más afortunada del mundo por tener siempre a su familia a su lado.

Cuando llegaron al pueblo se fueron directamente a la casa de los abuelos a dejar sus trastos y a ponerse un traje de baño para ir al puerto. Casi no hablaban y todos sus movimientos eran súper-rápidos ¡tanta prisa tenían por encontrar las famosas llaves!.

Cuando llegaron al puerto tía y sobrina se quitaron la camiseta y el pantalón y sin pensárselo dos veces ¡zas! saltaron al agua.

Bajaron una y otra vez……. y ¡de pronto! sucedió algo impensable: al subir Berta miró hacia las rocas y casi le ciega algo brillante. Se acercó…. temblando y ¡Sí allí estaba el manojo de llaves!. “¡Tía, tía ven, corre que aquí están!”.

Lo que sucedió después es fácil de imaginar. Las dos corrieron hasta llegar a casa de la abuela. Una de las llaves abría la puerta de entrada. Otra abría el desván. Quedaban dos llaves: una de ellas abría un mueble y dentro ¡el cofre!.

Berta sujetó entre sus manos la última de las llaves y temblando metió en la cerradura la llave.

El cofre se abrió y allí apareció un paquetito y una carta.

“¡Lee, Rigo, corre!”, dijo la tía Margarita.

Y Berta leyó. “Mi querida, queridísima nieta. Hoy cumples 12 años. Es una edad preciosa. Por eso he pensado que te gustaría mucho tener estas cosas que te regalo. ¡Abre el paquete y disfrútalo tanto como yo lo hice!. Y sobre todo busca, no dejes de buscar en la vida aquellas cosas que ames y no hagas nada que de verdad no ames”.

“¡Y ¿ya está? dijo la tía Margarita que vio que la niña empezaba a llorar…. y eso es todo?... pues ya podía haber escrito más mi madre!”.

Berta sonrió se limpió sus lágrimas y abrió el paquete: allí apareció, todo en orden, una serie de fotos de la familia. Antiguas preciosas, de niños con lazos, de soldados, de señoras con mantilla….. y además un pequeño paquetito que contenía una sortija y un colgante.

“¡Póntelo!” dijo la tía. Y sí le quedaba perfecto: la sortija era su talla exacta y el colgante, de color verde vivo, le hacía resaltar sus preciosos ojos.

Tía y sobrina volvieron en el autobús…. casi sin hablar de lo emocionadas que estaban.


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