Berta
(bueno en realidad su nombre era Rigoberta… por empeño de su abuela… pues el
abuelo se llamaba así, ¡Rigoberto!, y por no desairarla pues le pusieron el
mismo nombre). Pues el caso que ese año cumplía 12 y decidió realizar una
promesa que se había hecho hacía ya cinco años: ir a la zona de las rocas del
puerto a bucear a ver si fuera posible encontrar aquellas llaves….
Así
que aquel mismo día cogió un autobús y se fue al pueblo norteño donde pasaba su
infancia. El viaje era largo… cerró los ojos y se durmió. Inevitablemente se
encontró con el sueño que tantas veces le había perseguido desde hacía ya cinco
años: aquellas llaves….
“¡Berta
ven, corre, que ha venido la tía Margarita a felicitarte!”. Era el 8 de agosto,
de cinco años atrás, el cumple de la “Rigo” como la llamaba su tía…. A ella le
gustaba y le daba la risa… ¡claro solo si era ella, su tía, la que se lo
llamaba!.
Pues
el caso es que aquel día, lejano ya, la abuela Lucía le contó una historia
preciosa sobre un cofre lleno de dibujos que había en el desván de su casa.
“Mira, le dijo la abuela, este es mi regalo” y puso un manojo de llaves sobre
la mano de Berta. “Pero tienes que prometer que no abrirás el cofre hasta que
no cumplas 12 años. Entonces podrás hacerlo. Espero que lo que encuentres te
haga feliz”.
Berta
apretó con fuerza las llaves en su mano y le dio emocionada un beso a su
abuela. Su abuela era así. Siempre sorprendía con sus regalos ¡tan distintos a
todos los demás!. ¡Era una suerte tenerla!.
“¡Claro
abuela, eso haré!” Y le dio un abrazo tan grande que ¡casi la aplasta!.
Pero
pasó que Berta metió las llaves en el bolsillo de su pantalón. Después llegaron
los primos y todos se fueron al puerto a bucear y saltar las olas…..
Cuando
llegaron a casa Berta se acordó de sus llaves. Pero en el bolsillo del pantalón
no estaban. Y lloró, lloró tanto que su abuela le preguntó por qué estaba
disgustada, así que Berta le dijo que había perdido sus llaves.
Y,
en fin, el sueño terminaba de esa manera. Y como muchas veces, se despertó casi
llorando.
Pero
aquel día iba a buscarlas. Sí estaba segura que las encontraría.
El
autobús paró en el pueblo siguiente. Y ¿sabéis quien subió allí?. Pues sí: su
tía Margarita. “¡Que te creías Rigo que te iba a dejar sola con lo emocionante
que va a ser!!”.
Rieron
sin parar durante un rato. Berta se apretó a su tía como para protegerse y
pensó que era la niña más afortunada del mundo por tener siempre a su familia a
su lado.
Cuando
llegaron al pueblo se fueron directamente a la casa de los abuelos a dejar sus
trastos y a ponerse un traje de baño para ir al puerto. Casi no hablaban y
todos sus movimientos eran súper-rápidos ¡tanta prisa tenían por encontrar las
famosas llaves!.
Cuando
llegaron al puerto tía y sobrina se quitaron la camiseta y el pantalón y sin pensárselo
dos veces ¡zas! saltaron al agua.
Bajaron
una y otra vez……. y ¡de pronto! sucedió algo impensable: al subir Berta miró
hacia las rocas y casi le ciega algo brillante. Se acercó…. temblando y ¡Sí allí
estaba el manojo de llaves!. “¡Tía, tía ven, corre que aquí están!”.
Lo
que sucedió después es fácil de imaginar. Las dos corrieron hasta llegar a casa
de la abuela. Una de las llaves abría la puerta de entrada. Otra abría el
desván. Quedaban dos llaves: una de ellas abría un mueble y dentro ¡el cofre!.
Berta
sujetó entre sus manos la última de las llaves y temblando metió en la
cerradura la llave.
El
cofre se abrió y allí apareció un paquetito y una carta.
“¡Lee,
Rigo, corre!”, dijo la tía Margarita.
Y
Berta leyó. “Mi querida, queridísima nieta. Hoy cumples 12 años. Es una edad
preciosa. Por eso he pensado que te gustaría mucho tener estas cosas que te
regalo. ¡Abre el paquete y disfrútalo tanto como yo lo hice!. Y sobre todo
busca, no dejes de buscar en la vida aquellas cosas que ames y no hagas nada
que de verdad no ames”.
“¡Y
¿ya está? dijo la tía Margarita que vio que la niña empezaba a llorar…. y eso
es todo?... pues ya podía haber escrito más mi madre!”.
Berta
sonrió se limpió sus lágrimas y abrió el paquete: allí apareció, todo en orden,
una serie de fotos de la familia. Antiguas preciosas, de niños con lazos, de
soldados, de señoras con mantilla….. y además un pequeño paquetito que contenía
una sortija y un colgante.
“¡Póntelo!”
dijo la tía. Y sí le quedaba perfecto: la sortija era su talla exacta y el
colgante, de color verde vivo, le hacía resaltar sus preciosos ojos.
Tía
y sobrina volvieron en el autobús…. casi sin hablar de lo emocionadas que
estaban.