lunes, 19 de diciembre de 2016

La bola mágica


¿Nunca os he contado la historia de la bola de colores? ¡Pues os la voy a contar!

Pues señor (o señora) esto era una vez un niño que no le gustaba estudiar. Bueno, no es que no le gustara…. es que lo encontraba un poco aburrido. Lo cierto es que había cosas que sí le divertían. Por ejemplo: la Historia.

Él se imaginaba en su cabeza, mientras leía, todas las batallas y los trajes de los héroes, y así se pasaba el tiempo. A veces su mamá le preguntaba la lección, pero casi nunca se la sabía. Bueno, en su cabeza sí que estaban todos los personajes y sus vidas pero… ¡no se acordaba de cómo se llamaban ni donde ocurría todo!... Así que ¡le caía cada regañina!.

Antoñito, que así se llamaba el niño, no comprendía por qué le regañaban…. Si él estaba todo el día delante del libro.

Pero sucedió que, un día hace mucho, mucho tiempo, Antoñito se fue de visita con su mamá a la casa de la vecina del segundo piso. Una señora muy, pero que muy mayor que, cada vez que veía a Antoñito, le preguntaba por sus notas. Y, claro, a Antoñito le daba vergüenza decir que le iba regulín. Pero, como no era un niño mentiroso, pues le dijo la verdad…. que le habían puesto un 5 pelado en su último examen.

Aquel día Doña Balbina, que así se llamaba la buena mujer, acarició la cabeza de Antoñito y abriendo luego la mano… ¡zas! le enseñó una bola de colores… ni grande ni pequeña… con forma de cabeza de niño guiñando un ojo…. que ¡había salido de su propia oreja! ¡eso dijo Doña Balbina!.

Antoñito le pareció muy divertido el juego y, sobre todo, muy bonita la bola. “¿Te gusta la bola?” le preguntó la vecina. “¡Claro que sí, es muy bonita!”, dijo Antoñito convencido de que, con un poco de suerte, Doña Balbina le regalaría la bola.

Pero Doña Balbina se guardó la bola otra vez en el bolsillo de su chaqueta. ¡Vaya!, pensó Antoñito, no me la va a dar… qué rabia.

Al cabo de un rato su mamá dijo: “Antoñito despídete de Doña Balbina que nos vamos a casa”. Y fue entonces cuando la vecina le dijo al niño que le prestaba la bola sólo por un mes.

En ese tiempo Antoñito debía hacer una cosa: todos los días al volver a casa debía sentarse en su mesa, abrir el libro que tuviera que estudiar ese día y, con la mano derecha (Antoñito era zurdo) apretar mucho, mucho la bola y, sin soltarla, empezar a repetir una y otra vez la lección. Y luego escribir todo en una hoja, tantas veces como fuera necesario, hasta que le saliera todo perfecto. “Te aseguro, Antoñito, que así conseguirás sacar la mejor nota de toda la clase”.

“¡Gracias, muchas gracias, Doña Balbina!” dijo entusiasmado Antoñito.

De vuelta en su casa, lo primero que hizo el niño fue sentarse en su mesa y abrir el libro de Sociales y ponerse a leer, hablando en alto, casi gritando, y apretando la bola con todas sus fuerzas. Después, cuando ya creía Antoñito que se sabía todo muy bien y sin soltar la bola que seguía apretando en su mano derecha, cogió un boli y escribió todo, todo, lo que decía la lección. ¡Le salió genial!.

Mamá le había estado oyendo como recitaba la lección y sonreía. Luego, Antoñito salió de su habitación como si hubiera conquistado tierras lejanas… y ¡claro que lo había hecho!, se sentía muy orgulloso de saberse tan bien la lección.

Después de aquel día Antoñito estudiaba sin separarse de su bola. Y, como os podréis imaginar, el resultado de sus exámenes fue perfecto.  

Pero pasó un mes. Antoñito pensaba que, con suerte, a Doña Balbina se le olvidaría la bola, pero ¡qué va! ahí apareció la vecina a por su bola….

Antoñito se la devolvió, ¡claro! él era un chico educado. Y además le volvió a dar las gracias por habérsela prestado todo el mes.

Doña Balbina sonrió y le dijo que esperaba que le hubiera ido bien. Y que no se pusiera triste porque la bola la necesitaría otro niño que no supiera estudiar.

(Antoñito nunca volvió a necesitar la bola y, además, todos los días estudiaba según el método de la bola y, lo mejor, se lo pasaba estupendamente aprendiendo cosas, pues, al fin y al cabo, eso es estudiar….)

 

martes, 13 de diciembre de 2016

Yo te cuento lo que vi


(Ángel)

Desde el pico más alto de la montaña se podía ver la capa verde, plagada de tréboles, que vestía el Lago.

Como de costumbre estaba cubierta de pequeñas y tímidas ardillas, y de unas cuantas riquísimas y apetitosas manzanas rojas, rojas como la pura sangre fría.

Aunque…. Un momento, aún no he mencionado al famoso, (eso cree él), Troll de las patas largas.

Él no es otro que el encargado de vigilar y proteger el ambiente de todo tipo de malos hábitos de las gentes, como por ejemplo los roba-manzanas, aunque debo advertir que hay un problema…. que es que él no es muy amable, con lo que es muy difícil establecer buenas migas con él.

Así es que: si quieres unas vacaciones con las mejores vistas ven aquí, pero…. si lo que buscas es amabilidad…. pues ya sabes ve a otro lugar….


lunes, 12 de diciembre de 2016

El bosque de los cuentos


En el cuarto de estudiar hay un mueble lleno de libros, de leer y de “mirar”. Cuentos con muchos colores y otros con más letras y menos dibujos. Hay cuentos en los que salen gatos, en otros perros, pájaros y leones y todos esos animales de la selva…. y también están los libros que le gustan a Bruno, sí esos llenos de insectos y animales raros o pequeñajos que hasta necesitas una lupa para que se hagan grandes y verlos bien.

Pues sucedió que una tarde de domingo, de esas royos que llueve y que no hay nada que hacer, y que nadie está dispuesto a ir al cine, a Asís se le ocurrió que todos nos pusiéramos a leer los libros de Coro, sí esos que son los que más letras tienen.

Intentaba hacer un concurso a ver quién lo hacía mejor……..…. (¡qué cara! sabía que él era el mejor)……… claro y luego Ángel y Bosco y Bruno y Olaya….. y Gonzalo qué eh? 

Bueno lo que no sabían era que había tres libros nuevos. Tres libros mágicos que, si sabías leerlos bien podías hasta meterte entre sus letras así como si fuera un bosque enorme llenos de mayúsculas……………… y sí eso fue lo que pasó: los niños habían juntado sus cabezas para ver las letras de primera mano, no sea que al que le tocara leer el párrafo se equivocara…… y tanto y tanto se acercaron que ¡ZAS! se metieron todos entre las letras, letras grandes, gigantes dice Gonzalo. Unos se cayeron de pie, otros sentados y la mayoría rodaron dos o tres vueltas…. ¡qué susto!

Pero así fue como pudieron ver que todas las letras tienen mayúsculas y además pudieron comprobar que estas letras están un poco tristes porque salen poco en los libros………… Y eso que Olaya les dijo que no se preocuparan que salían suficientes veces, y apostilló Bruno: “tranquilas que todo el mundo os conoce”.

Luego los niños saludaron a todas las mayúsculas y volvieron a salir por el libro pegando un salto mortal de esos que le gustan tanto a Ángel, Bosco y Asís…. Y corrieron a comer que ya eran las 2 y tenían hambre.



lunes, 5 de diciembre de 2016

El gato al que le gustaba bañarse


(Autora: Sofía, dentro de 2 meses tendrá ¡6 años!)

Pues señor cerca de mi casa había una señora que tenía muchos, muchísimos gatos.

Los tenía de todos los colores: negros, grises, blancos, con manchas marrones… y con mucho pelo o con poco pelo y hasta había uno que era ¡calvo!, de verdad, de verdad de la buena!!!

Cerca de casa, en el parque, hay un lago con patos, cisnes y peces ¡es muy divertido!, todos los niños vamos a verlos y les echamos pan y ¡hasta palomitas de maíz!.

Los gatos nos miran desde la puerta de su casa todos juntitos y con cara de pena, no sé pero me parece que a ellos les gustaría estar jugando también.

Un día se lo dije a la dueña de los gatos, que se llama Micaela, y me dijo: ¡pero niña como vas a meter a un gato en el agua, si a los gatos no les gusta nadar!. Y ¿entonces? le pregunté a la dueña de los gatos ¿cómo se lavan?. Y ¡fíjate! me dijo que se lamían con su lengua las patitas y luego por el cuerpo y que a eso se le llama “atusarse”.

Un día, uno de los gatos, uno pequeñito de color entre blanco y negro, se acercó a mí como si quisiera que yo le cogiera. Así que ¡qué iba a hacer!, pues le cogí y le puse un lacito azul para que estuviera guapo. El resto de gatos se pusieron a maullar, que es como ellos hablan. Yo creo que todos querían que les cogiera.

Miau, miau, miau… decían y yo sin hacerles caso me llevé al chiquitín hasta el lago… y ¿sabes qué pasó?... pues que se escapó de los brazos y ¡zas! se metió él solito en el agua. ¡Uy! qué contento estaba, empezó a jugar con los patitos y saltaba y saltaba….

Pero entonces sucedió que se acercaron también un montón de pececitos de colores, hasta vino uno rojo gordito que le veo yo cada vez que voy a echarles pan para que coman….

Y pasó que el gatito estiró una de sus patas y ¡zás! le agarró y ¡qué susto, casi se lo zampa!

Pero no os preocupéis que no se lo comió, que sólo quería jugar. Yo creo que todos los peces lo sabían porque hacían como si se partieran de la risa que les daba.