Había
una vez un hombre que paseaba por la calle de un pueblo muy, muy lejano. De
pronto empezó a llover pero no de una forma normal ¡caían gotas de oro!.
Como
nadie sabía que podía pasar todos se fueron a sus casas.
Todos
menos un señor humilde que vivía a varios kilómetros de allí.
Y
ocurrió algo sorprendente: cada gota que le caía en el cuerpo se convertía en
oro.
Poco
a poco aquel hombre se fue volviendo estatua de oro.
Pasaron
los años y la estatua empezó a romperse. Trocitos de oro se iban desprendiendo
poquito a poquito.
Durante
todos esos años la estatua había contemplado a multitud de personas, que
pasaron por su lado, muchas necesitadas
de dinero y otras necesitadas de dar y recibir cariño.
Así
que, cada vez que pasaba una persona que necesitaba ayuda, la estatua se
agitaba y soltaba unas briznas de oro que caían sobre sus bolsillos o sobre sus
corazones. De manera que todos ayudaban a todos.
El
que me lo contó dijo que aquel lugar era conocido como el más rico en
generosidad que se pueda uno imaginar. Un lugar donde sus habitantes son
conocidos como “los hombres del corazón de oro”
¡que bonito cuento!...a veces he pensado si acaso se enterarán las estatuas de todo lo que pasa a su alrededor....Y, este cuento, sí no sólo es bonito. .¡es emocionante! ¡felicidades Regina!. Un abrazote.
ResponderEliminar