Pues
señor esto era una vez dos duendes, muy amigos, que se llamaban Ochi y Drolas.
Un
día, de madrugada, que es a la hora en la que se van a la cama los duendes,
Drolas le dijo a Ochi que por qué no iban a colocar las hojas de los árboles
por el suelo del bosque… Es que ya llegaba el Otoño y todavía los árboles
andaban un poco vagos con eso de sacudirse las hojas.
Como
todo el mundo sabe, cuando llega el Otoño las hojas se caen…. Y eso es porque
tienen que dejar paso a que otras nuevas se coloquen en las ramas.
Pero
aquel año nadie sabía qué pasaba….. el caso es que las hojas no se querían
caer….. “que no, que no” se les oía gritar desde lejos.
Al
principio Ochi no quería ir….. es que tenía muchiiiiisimo sueño, pero Drolas se
puso tan pesado que terminó diciéndole que “vaaaleee”.
Así
que Drolas se puso su pantalón y su cajón de repartir hojas y Ochi su cestito y
su tutú marrón para que se confundiera con el color de las hojas y así no se
les viera correr entre los árboles.
Cuando
llegaron al bosque, los dos duendes gritaron a los árboles: “¡vamos arbolitos
haced el favor de mover vuestras ramas, pues ¿no veis que el Otoño ya ha
llegado?”…. Pero los árboles decían que no, que ellos tenían mucho frío y que
no querían desprenderse de las hojas.
El
problema era muy pero que muy gordo. ¿Cómo se podría tener un bosque donde las
hojas de los árboles no se caen en Otoño?. ¡Eso no podía ser!.
Así
que, ni cortos ni perezosos, Ochi y Drolas se pusieron a empujar y a intentar
sacudir las ramas de los árboles, mientras les gritaban “¡vamos vagos, moveos y
soltad las hojas! ¡¿no os dais cuenta que eso es lo que hay que hacer en
Otoño?!”
De
pronto, un pino tan grande que parecía el jefe de todos, y que estaba en el
centro del bosque, empezó a estirar sus brazos…. bueno, no, sus ramas… y
entonces sucedió que todos los demás comenzaron a mover también las suyas.
Ya
supondréis que es lo que pasó….. pues sí, que comenzaron a caer todas las hojas
de todos los árboles del bosque….. y entonces el suelo se empezó a poner de
colores….. amarillo, verde clarito, marrón……¡qué bonito estaba!.
Drolas
y Ochi se chocaron las manos contentos de haber conseguido que el Otoño
volviera, como cada año, a su bosque. Luego llenaron su cestito y su cajón de
madera de hojas para llevarlas a casa y ponerlas, de adorno, en su puerta.
De
vuelta a casa asaron unas castañas que les había dado un castaño enorme que hay
al final del bosque. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.