Pues
señor esto era una vez un niño que se llamaba Pedro al que le gustaban mucho,
muchísimo los pájaros y sobre todo le gustaban las golondrinas.
En
una esquina de la puerta de la casa de su abuela, Pedro vio un día una especie
de bola redonda como de paja y barro y ¡de pronto!, de allí mismo, salió una
cabecita de un pájaro blanco que hacía como que chocaba su pico contra algo….
La
abuela de Pedro dijo que había que quitar aquello, que era un nido de
golondrinas y que luego venían cada año y que ensuciaban todo. Pedro se puso
triste…… a él le hubiera gustado ver aquel pájaro, que su abuela decía que era
una golondrina, venir todos los años.
Así
es que, antes de que su abuela cogiera una escoba y quitara aquel nido, Pedro
cogió a la golondrina y se la metió en un bolsillo de su pantalón. Luego se fue
corriendo a la habitación de su hermana pequeña y cogió una casita que tenía
sobre la mesa.
Cuando
nadie le veía Pedro colgó la casita de un árbol pequeñito que había en la
terraza de la casa y metió dentro al pajarito…. Todos los días se acercaba
despacito hacia donde estaba la casita y llevaba a su golondrina miguitas de
pan mojadas en leche.
Un
día la golondrina salió y moviendo su piquito pareció como si quisiera hablar.
“¡Andá!, dijo Pedro, ¡pero si eres blanca, totalmente blanca!”. Y es que Pedro
siempre había visto a las golondrinas así como de color negro…. bueno, algunas
tenían manchas blancas…. pero muy pocas. ¡Pero esta era tan blanca!.
¡Y
lo más sorprendente… habló!, que sí que sí. Bueno, en realidad fue como si
hablara porque movía la cabecita y abría y cerraba el piquito como dándole las
gracias a Pedro por todos sus cuidados.
Pedro
estaba emocionado. Y entonces vio como salían a la puerta de la casa ¡tres
pajaritos pequeñitos también blancos!. Todos parecían contentos y como si le
sonrieran. La mamá golondrina estaba orgullosa de sus hijitos y ¡claro! quería
que Pedro viera a sus recién nacidos.
Así
que Pedro decidió ponerles nombre y los llamó Uno, Dos y Tres….. ¡así de fácil
fue! Y a la mamá, como te puedes imaginar, le llamó pues eso ¡mamá!.
Cada
vez que se acercaba a la casita del árbol, todos sacaban sus piquitos y los
chocaban con la puerta…. ¡Pedro estaba tan contento con sus pájaros blancos!.
Pero
pasó la primavera y el verano y ¡claro! llegó el otoño y empezó a hacer frío.
Un día ya no se oyó el revoloteo de las alitas ni el chocar de los piquitos de
los pajaritos…. Pedro se preguntaba qué habría pasado, donde estaban Uno, Dos,
Tres y su mamá…. Y se fue corriendo a preguntar a su abuela…..
Y
la abuela se lo contó: que las golondrinas viajan a Europa en primavera, cuando
empieza el calor y tienen sus hijitos. Pero cuando empieza a hacer frío, en
otoño, entonces levantan el vuelo y se van a África, para estar más a gusto.
“Pero,
abuela, ¿y cómo va a dar de comer a sus hijitos la mamá?”. La abuela le contó
que son tan listas las golondrinas que son capaces de dar de comer a sus
polluelos mientras vuelan y que beben rozando el agua y se bañan también ¡sin
dejar de volar!.
¡Qué
triste se quedó Pedro!.... ¡casi hasta llora!. Pero la abuela le abrazó y le
dijo que no se preocupara que la primavera que viene volverían y podría, otra
vez, darles las miguitas de pan y conocería a más golondrinas que nacerían
entonces.
(nota:
la golondrina blanca es propia de zonas tropicales)